La locución de atletismo en RTVE

Lo que se dice de atletismo en televisión es importante: muchos nos enganchamos en los setenta y en los ochenta gracias a lo que entonces se llamaba la caja tonta, pero a mí me parecía la puerta a un deporte hermoso y complejo que ha marcado mi vida.

Las primeras retransmisiones que recuerdo son de 1985. La TVE-2, que ya había dejado de llamarse UHF, ofrecía horas de los mejores crosses y mítines del mundo con el timbre pausado y agudo de Gregorio Parra, la elegante sobriedad de José Ángel de la Casa, la agilidad y la contundencia de Carlos Martín. Es mi querida época de juventud; tiempo de campeones hoy retirados con luces y sombras -pero entonces yo no sabía nada de sombras- que aún corren, saltan, lanzan y marchan en mis sueños, acompañados por aquellas voces de ayer que a veces se equivocaban, por supuesto.

Imposible no equivocarse, en el ingrato papel de locutor. La exposición era, es, pública y cruel. La audiencia, impaciente, nunca empatiza con la verdad. Y la verdad es que cada periodista de TV, especialista técnico, invitado, se desempeña lo mejor que puede. No hay mala fe o desidia, sino esfuerzo y compromiso; hasta pasión, no quiero ser cicatero en los elogios.

Pónganse en los cascos, por ejemplo, de un narrador: hablar durante horas de atletismo, conociendo vida y milagros -actualizados, por cierto- de cada deportista sin ofender sus expectativas, desmerecer adversarios, sin que, en definitiva, se te pase nada de lo que sucede en cualquier parte del estadio, es pura filigrana. Ficticio cumplir sin borrones. Yo no sería capaz.

Pero aquella gente de mi juventud cumplía y con nota.

En cambio, en este trienio 2020-2023, y por no remontarme más allá, la impericia está arruinando los directos. Lo del Mitin de Huelva o el Europeo por Equipos de Silesia ha sido la gota que colma el vaso. Si hubieran sido dos incidentes aislados, quizá no estaría escribiendo estas líneas. Pero hay mar de fondo. Años de compartir las penas en un tuit, como el que ahoga su melancolía en un vaso de vino.

El atletismo no puede seguir así.

Lo que oímos -inane, excéntrico- no está a la altura de las imágenes, ni de ese deporte inteligente, sacrosanto dentro y fuera de los Juegos Olímpicos, que es el atletismo.

Comentaristas técnicos esperanzadores

Desde 2012 ha habido oasis de esperanza más o menos efímeros -hablo de comentaristas técnicos, luego me referiré a los narradores- con Gerardo Cebrián, Alberto Ruiz, Antonio Peñalver, Jesús España, Robert Díez, Jesús Ángel García Bragado o los aún más brevísimos Dídac Salas, Patricia Sarrapio y Berta Castells (me dejo a muchos por falta de memoria, pido disculpas). Gente que gustará más o menos, según el paladar, pero ha sumado.

Hoy se puede afirmar que enfilamos el periodo de audio atlético más decadente de la historia de la televisión pública.

Y, ojo, que nadie se engañe, tenemos que dar gracias a RTVE y Teledeporte. Su apuesta por el atletismo es decisiva y lo repetiré tantas cuantas veces sea necesario. No me olvido de que, por detrás, entre bastidores, va y viene la RFEA contribuyendo en los contratos importantes para que podamos ver retransmisiones en abierto.

Sin embargo, junto a esa gratitud, se larva una lánguida tristeza evento tras evento, año tras año, por lo mal que se entrega el producto. El espectador recibe, sin duda, algunas de las locuciones menos afortunadas jamás vistas en el track and field, bajo un umbral de calidad menguante que estropea el resultado.

Y, entre la congoja y el estupor de aficionado, se me escapa un suspiro.

Quizá nos hemos creído que cualquiera sirve, esa receta de que si quieres, triunfas, y da lo mismo quien parlamente ante un micrófono. Pero resulta que, en el mundo real, esto no funciona así. Para contar y transmitir emociones, aunque te esfuerces, hay que valer. No es querer, no es sentir. Comunicar es una profesión que requiere talento, oficio y destreza. Incluso gramática.

Y, no. No halla RTVE su David Coleman o su Steve Cram. Ni siquiera su Paula Radcliffe. Así como la natación encontró a Javier Soriano y a Julia Luna, anda el atletismo en penosa y larga travesía del desierto por RTVE.

Narradores del siglo XXI

Los bandazos en la capitanía de las retransmisiones, eso es verdad, no han mejorado la experiencia.

Ernest Riveras ha sido el cronista mejor equipado de la historia reciente: más potente, versátil y rápido que Amat Carceller, cumplidor pero no tan ágil para describir y reaccionar. Amat, por cierto, no es sospechoso de nada más que picar piedra; currante y sufridor que, haciendo zona mixta, aprendió cuán espinoso es el atletismo cuando Manuel Olmedo en los Juegos de Pekín-2008, muy enfadado con sus preguntas, le soltó aquella hipérbole de que el problema del atletismo español era el propio Amat. Luego hicieron las paces. Pero aquel episodio, subliminalmente, evidenció la trascendencia que la familia del atletismo da a la visibilidad en TV.

Vino a continuación José María Rubí, otro ducho a pie de pista, y aportó un estilo radiofónico al asunto. Quedaba raro, pero sonaba prometedor y encajaba.

No obstante, ni Amat ni Rubí se quedaron porque tenían otro horizonte profesional, y dieron la vez a Lourdes García Campos, procedente también de la cantera de las entrevistas, donde brillaba por su frescura y espontaneidad. Es, de hecho, excelente recogiendo, arrancando y coloreando testimonios; también presentando en estudio.

Hoy Lourdes, por desgracia, no puede disimular su incomodidad comentando un deporte que -unos cuantos directos es suficiente- no domina ni va a dominar nunca, con una alarmante falta de recursos narrativos, y un ramillete de observaciones extravagantes e inapropiadas.

El caso Higuero

Su contraparte en Huelva y Silesia, Juan Carlos Higuero, principal y más longevo comentarista técnico, merece un capítulo especial. ¿Quién es Juan Carlos? Sin duda, uno de los grandes mediofondistas españoles de todos los tiempos, y ya es decir, tratándose de España. Hubiera sido aún más laureado en un mundo paralelo -ay, el metaverso del atletismo- si no fuese porque (seguro que su entrenador Antonio Serrano le reñía), no acertaba a colocarse en las carreras tácticas valiosas, gastando toneladas de energía y obligándose a más aceleraciones de la cuenta. Un corredor con esa cilindrada merecía en el cuello una medalla olímpica o mundial al aire libre. Anduvo cerca. Genio y figura, siempre le recordaré con el pelo enmarañado en Sydney-2000, la tímida mirada juvenil, todo corazón y coraje, proclamando sin que nadie le preguntara que, a partir de ese momento, quería toda la responsabilidad para él.

Sucede, sin embargo, que ser líder en la pista no te hace buen locutor. José Manuel Abascal tampoco tenía el don de la palabra, y con todo y con ello, su voz, al menos, no crispaba porque conocía sus límites y evitaba la falsa solemnidad. Al lado de ambos, José Luis González, mediofondista por el que no puedo disimular mi devota, eterna admiración, se me antoja un coloso en estas lides.

Si echamos cuentas, a nadie se le han dado más oportunidades durante años que al bueno de Higuero; y digo bueno, porque me consta que lo es, y no se merece el exilio ni el vilipendio, y hay muchas funciones dentro del atletismo donde hallaría encaje. Se lo merece.

Pero mi veredicto más generoso con Juan Carlos es que involuciona, en vez de evolucionar; y no sirve para los comentarios, así estuviera un millón de años dedicado a ello; ni siquiera para hablar de su prueba, los 1.500 metros, donde le puede la ansiedad y se topa de bruces con su escasez gramática, y hasta técnica. Así que, figúrense cuando habla de un salto o un lanzamiento. Apuesto a que se lo prepara, se nota; a veces aparece hablando del ciclo anterior y la fase de impulso, y lo repite muchas veces, no siempre de manera oportuna, como un alumno que hubiera memorizado, sin aprender, la lección. Pero de la misma manera que servidor ponía mucho esfuerzo y pasión al competir, y no hubiera logrado 1:50 en 800 ni en bicicleta, no hay redención posible para la narrativa de Higuero. No todos valemos para lo que amamos.

Le oyes una vez, y le has oído para siempre: “Fulanito está encorsetado, fíjense dónde se ha ido, ¿eh?, pelean en una baldosa, ritmo frenético, los atletas están corriendo ¡¡¡en vertical!!!, la fija la mirada, son movimientos ajedrecísticos, se está acreditando y de qué manera, Tokio Veinte Veinte, se ha consagrao, va en conservas…”. Latiguillos, barbarismos imitando a su modo esas frases de mármol que los grandes profesionales convierten en seña de identidad, y aquí resultan clichés involuntariamente cómicos e irritantes.

El reto de Budapest y París

El panorama resulta desalentador, y no es fácil la tarea que tiene la dirección de RTVE, suponiendo que comparta este diagnóstico. ¿De dónde sale el mirlo blanco? Un comentarista en aquella casa debe poseer plaza en propiedad, y las plazas y los talentos no caen de los árboles. Profesionales como José Luis López, Alberto Hernández, Antonio Alix o Alberto Pozas, por citar a quienes sí están plenamente capacitados, no pueden ser, por tanto, de la partida.

La cuestión es peliaguda, y por fortuna no soy el director de la corporación de RTVE, sino un fanático de mi deporte que mira desde afuera, sin información cabal de los obstáculos administrativos, laborales y económicos.

Pero por opinar y ordenar los recursos humanos actuales, que no quede.

Sería una audacia reflotar a Rubí como único narrador, devolver a Lourdes a la zona mixta donde irradia luz, acompañada o no por Higuero, cuyo talante campechano y pasional sí acoplaría y aportaría frescura en la recepción de atletas tras competir, y alternar los comentarios técnicos de Robert Díez y Jesús España. Además, añadir la voz de una atleta o entrenadora en el estudio que sepa comunicarse, ya que mujeres hacen falta, y muchas, para seguir testimoniando que el atletismo es uno de los deportes que más lecciones de igualdad puede dar a lo largo y ancho del planeta. Eso, y algún invitado extra que sepa del evento crucial de la jornada de turno. Ningún experimento con gaseosa más.

En todo caso, se tomen las medidas que se tomen, y mis ideas no son mejores ni peores que otras procedentes de personas con mayor conocimiento que el mío, no perdamos el tiempo, por favor.

Urge que devolvamos la dignidad a las crónicas de televisión en vísperas de un nuevo Mundial (Budapest) y de unos Juegos Olímpicos (París) donde tantas cosas se juega nuestra selección, entre ellas, dar la mejor imagen posible del auténtico Deporte Rey, e inspirar a millones de jóvenes que sólo se engancharán así, bien porque vean el RTVE Play en su móvil o tableta, bien porque disfruten de las delicias vintage de una retransmisión de TV convencional.

De lo contrario, se repetirá el espectáculo que ya vivimos en los primeros días de los recientes Juegos Olímpicos de Tokio, con unas explicaciones técnicas que figuran entre las más pintorecas jamás pronunciadas en el evento de los cinco aros. Pobre Rubí, solo ante aquel peligro.

Concluyo con tristeza, sin ápice de satisfación u orgullo, porque yo quisiera escribir textos felices y suaves como la seda, y no desgarradores como un puñal, y porque a RTVE le debemos mucho. Tampoco me gusta cuestionar a quien no tiene toda la culpa de lidiar en una faena que no es la suya.

Pero había que ponerlo negro sobre blanco.

Y en este mundo de redes sociales que colorean nuestra presunta mejor versión, de gente que puede hablar, pero no habla, hay que pensar más en la imagen de nuestro deporte que en la comodidad del silencio ante dos personas honradas e incorrectamente ubicadas como Lourdes y Juan Carlos. Una dupla que triunfará en muchos ámbitos del deporte y la comunicación, pero -por Dios y todos los ángeles del cielo- no comentando atletismo en RTVE.

Juan Manuel Botella

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